Terminado el mensaje de las cartas, dirigidas a las siete Iglesias, y arrebatado el autor a la visión del trono celestial (4,2) del “que se sienta sobre el trono” (4,3) y de su “corte” 4.6), se desarrolla en el cielo una solemne celebración litúrgica que gira en torno a un himno alternado de alabanza (8e.11), dirigido a Dios omnipotente, Señor de la historia (4,8e.) y creador de todas las cosas (4,11), con el fin de celebrar la omnipotencia creadora (4,11) del tres veces Santo (4,8e.), que se manifiesta en el devenir de los acontecimientos (4,8e.). Es Dios creador, “el que es, el que era y el que viene” (4,8e), es decir, el Señor de la historia, el que ha puesto sus designios de salvación en manos de Cristo muerto y resucitado (5,7) una vez ha creado el universo de la nada (4,11). Este himno lo entonan los “Vivientes” (4,6b)y los “Ancianos” (4,4) que simbolizan respectivamente, toda la creación divina y toda la Historia de la Salvación, que ha culminado en la Iglesia, y que alaban a Dios Creador que es el mismo que ha dispuesto la redención de la humanidad por medio del sacrificio del Cordero.